Quien
detiene palomas
al vuelo
volando
a ras de suelo
mujer
contra mujer.
Su
reloj de pulsera estaba marcando las
doce de la mañana. Todavía disponía de
treinta minutos aproximadamente antes de
salir de casa para encontrase con Verónica. El enorme espejo
del salón le
devolvía una imagen, que arrancó una amplia
sonrisa en su rostro. Se encontró
bien, arreglada de forma exquisita cuando las circunstancias lo
exigían. Su
larga melena rubia se deslizaba por sus hombros y espalda a cada
movimiento de
su cuerpo, creándole un aura de voluptuosidad, que
difícilmente pasaba
desapercibida.
Era
coqueta, incluso inconscientemente, de
forma natural y espontánea. A sus veinticinco
años estaba terminando la carrera
de Arqueología, disciplina que le había
obsesionado desde muy pequeña. Había
consagrado todo su empeño en obtener las máximas
calificaciones y conseguir el
puesto número uno de su promoción. Era consciente
que en esa profesión, si no
se alcanzaban notas excelentes, era muy difícil conseguir
puestos de trabajo
que realmente valieran la pena para desarrollarla, y ella, era lo
suficientemente ambiciosa como para conformarse con migajas.
Por
circunstancias familiares, se vio en
la tesitura de sacrificar dos años de estudios. Pudo
realizarlos, pero a
sabiendas de que sus calificaciones serían bajas por la
escasa dedicación para
preparar las complicadas materias de que se componía y
prefirió posponerlos.
Cuando finalmente pudo reanudarlos, los logros fueron espectaculares.
Ahora,
tan sólo quedaba un curso para licenciarse como
número uno de su promoción.
Mayte
era una mujer encantadora,
extrovertida, dinámica, incansable en cualquier actividad y
era capaz de agotar
a cualquiera. De ello, daba fe su pareja sentimental, Javier, joven y
prometedor arquitecto, con el que convivía desde
hacía un año. De carácter
mucho más conservador, Javier estaba empeñado en
llevarla al altar, cuestión a
la que se negaba sistemáticamente su pareja, aduciendo la
juventud de ambos y
la necesidad de sentirse realizada con un buen trabajo, antes de tomar
tal
decisión.
Durante
el último trimestre del curso
anterior, conoció a Verónica, como
profesora que impartía una de las
asignaturas más interesantes de la carrera. Un poco mayor
que ella, pero con un
expediente académico que causaba escalofríos y
una corta pero impresionante
experiencia en diversas excavaciones, participando con los
más prestigiosos
arqueólogos del momento. Una de sus últimas
actuaciones la realizó en una zona
de Irak, pero dado la peligrosidad reinante, tuvieron que suspenderla,
momentáneamente por su propia integridad física.
Sin embargo, y a pesar del
pequeño periodo de excavaciones, pudieron determinar que se
encontraban ante
descubrimientos muy importantes, por lo que trataron de mantener un
silencio
absoluto, tanto con respecto a los hallazgos como a la
situación geográfica de
los mismos.
Congeniaron
desde el primer momento,
primero, como profesora y alumna y poco después, como
amigas. Mayte, con el
desparpajo que la caracterizaba, no dudó en
ningún momento tratar de utilizar a
Verónica como fuente fidedigna de información,
incluso, en materias impartidas
por otros profesores y que, en teoría, no eran de su
competencia. Muchas
tardes, cuando el trabajo de Verónica se lo
permitía, era acaparada por su fiel
discípula, y ya en cualquier cafetería, en la
facultad, o en casa de cualquiera
de las dos, se reunían para hablar de
arqueología. Cuando esto ocurría, la
satisfacción que les producía se reflejaba
constantemente en sus rostros.
Javier
y Ernesto eran muy conscientes de
la buena relación entre ambas, relación que les
condujo a formar un cuarteto
muy bien avenido. Los varones apenas se reunían entre ellos,
casi siempre lo
hacían con sus mujeres, pero la frecuencia era grande y una
buena amistad se
fraguó bien pronto entre las dos parejas.
Recordó
aquella tarde de mediados de
primavera con un sol radiante y una temperatura muy agradable cuando
terminaron
la última clase del día, impartida por
Verónica. La joven discípula se encontraba
extasiada, al igual que la mayoría de sus
compañeros, por la forma tan clara y
amena con la que desarrollaba cada una de ellas. Pero ésta,
le pareció
especial, y a medida que transcurría el tiempo,
más emocionada se sentía.
Verónica logró transportarla hacia el antiguo
Egipto, que se desenvolvía bajo
los auspicios de su gran faraón Ramsés II,
tercer faraón de
la Dinastía XIX y su bellísima esposa,
Nefertari en los años 1279 a 1213
a.c.
Parecía
sentir que flotaba en medio de un
tiempo y un espacio prodigioso y la emoción que
sentía casi no la dejaba
respirar. Pensó que era capaz de sentir el amor de una reina
hacia su esposo el
Faraón, la reencarnación de Ra en la Tierra, y
hacia su pueblo. Toda el aula se
mantenía en un impresionante silencio, algo que agradaba a
la bella profesora y
que le permitía seguir con facilidad el hilo de sus
pensamientos, expresarlos
con facilidad y de forma prodigiosa hacia sus alumnos.
Antes
de abandonar el aula, se
acercó rauda a la mesa de su profesora, con una amplia
sonrisa de satisfacción
en su rostro.
—¡Genial,
has estado genial! –no pudo
reprimir su grito de euforia.
Verónica
elevó su mirada para encontrarse
con los preciosos ojos abiertos como platos de su querida alumna, unos
ojos que
eran capaces de expresar múltiples sensaciones y estar
siempre hermosos.
—No
es necesario que me hagas la pelota,
Mayte —le respondió tratando de imponer a su
rostro, una seriedad que no
sentía, y segundos después, explotaba con una
generosa carcajada.
Siempre
le ocurría lo mismo con Mayte,
siempre terminaba riéndose, siempre se sentía muy
bien en compañía de la
muchacha. Muchas veces pensó que veía en
ella a la hermana que perdió siendo
muy jovencita y que nunca dejó de añorar. Desde
que la conoció en el curso
anterior, su vida parecía haber cambiado a mejor.
—Mañana
tengo un examen —le dijo
rápidamente, cambiando de tema—
¿Podrías ayudarme un poco?
—Claro,
mujer —respondió Verónica,
acostumbrada a estas peticiones de su amiga, y en las que disfrutaba
plenamente. Eran una continuación de sus clases, pero con un
público soberbio,
que asimilaba con extraordinaria rapidez—
¿Cómo podría negarme ante esa carita
de ángel apenado? —y volvió a
reírse.
Segundos
después, su mesa se encontraba
rodeada de otros alumnos, que también sentían una
gran debilidad por ella.
Decían que, en su asignatura, hasta los más vagos
estudiaban para obtener nota.
Fue atendiéndolos a todos con la simpatía que le
caracterizaba. Mientras, Mayte
la miraba arrobada, esperando el momento de tenerla para ella sola.
Los
alumnos no cejaban de hacerle
preguntas sobre su exposición anterior. Parecían
ávidos de conocimientos, pero
también influía el encanto especial de la
profesora, su voz, su mirada y la
especial sonrisa que de cuando en cuando afloraba en su rostro.
Finalmente,
fueron desapareciendo para alivio de Mayte. Verónica
recogió todos los
documentos que aún tenía esparcidos sobre la mesa
y abandonaron el aula,
dialogando animadamente.
—Vamos
a mi casa —dijo Verónica—,
allí
podremos trabajar mejor.
Disponía
de una amplia y luminosa
habitación que había habilitado como despacho y
sala de trabajo. Las paredes
estaban cubiertas por múltiples estanterías que
albergaban una de las
colecciones más importantes de tratados de
arqueología. Una gran variedad de
objetos antiguos se encontraban esparcidos por muchos rincones de la
habitación. Un extraño observaría un
verdadero caos en el interior, pero nada
más lejos de la realidad. El orden era meticuloso. Nada se
encontraba allí por
azar, ni ocupando un lugar que no le correspondiera. Aunque aquel
espacio, a
mucha gente le hubiera parecido tétrico, era su Santa
Santorum, y ni su marido,
familia o la muchacha de la limpieza se atrevían a alterar
lo establecido.
Algunas
fotografías colgadas en cualquier
resquicio libre, proporcionaban la inmensa magnitud de
tesoros
arqueológicos esparcidos por el mundo entero. Su mesa de
trabajo, situada muy
cerca de la ventana, gozaba de una visibilidad adecuada para el
estudio.
Siempre la mantenía perfectamente organizada, era su forma
de no tener que
perder el tiempo tratando de localizar cualquier elemento que
necesitara. Al
lado, un escritorio de escasas dimensiones sobre el que
tenía un ordenador
portátil y un pequeño equipo de
música.
Nada
más llegar, Verónica comenzó a
preparar
la documentación que pensó necesaria para
preparar adecuadamente el temario que
la joven le había comentado durante el viaje a casa.
Estuvieron
trabajando toda la tarde de
forma ininterrumpida. Mayte absorbía con rapidez asombrosa
todo lo que su amiga
le explicaba. La concentración de las dos mujeres era total.
Cuando Verónica le
explicaba algo, la muchacha la escuchaba atentamente y en silencio. Tan
sólo
los pequeños comentarios a sus palabras o las preguntas
aclaratorias a lo que
necesitaba, lo rompía.
Mientras
repasaba un texto, su cuerpo
apenas se movía por la concentración a la que se
sometía, solamente sus ojos
parecían seguir los párrafos con avidez. Era
entonces cuando Verónica la
contemplaba extasiada. Todavía le asombraba la capacidad y
la inteligencia de
su alumna. No tenía la menor duda, si hubieran estudiado
juntas la carrera,
difícilmente ella hubiera obtenido la licenciatura con el
número uno de la
promoción, y probablemente, su discípula
superará los resultados conseguidos
por ella. Sentía una gran satisfacción al poder
colaborar en la obtención de
las extraordinarias calificaciones, que sin duda alguna iba a
conseguir.
De
cuando en cuando, Mayte parecía
recobrar vida y comenzaba a preguntar las dudas que le iban apareciendo
a
medida que trataba de asimilar la materia en cuestión, y
allí estaba Verónica
atenta a cualquier necesidad de su querida alumna y pupila.
—¡Oye,
corazón! —gritó Mayte, sin apenas
darse cuenta y tratando de atraer su atención.
—Dime,
exagerada, dime —respondió divertida.
—No
tengo muy claro los posibles
movimientos migratorios de los primitivos africanos hacia el continente
euroasiático.
—Vamos
al ordenador —respondió, Verónica,
levantándose del asiento—. Tengo unos
gráficos muy representativos, verás con
que facilidad los comprendes.
Se
situaron enfrente del ordenador.
Verónica se sentó y comenzó a
manipularlo. Mayte se inclinó ligeramente para
apoyarse sobre su hombro. Cargó los archivos y fueron
visualizándolos en la
pantalla a la vez que la joven profesora le iba explicando cada detalle
de lo
que representaban. Sus rostros se rozaron en varias ocasiones. En un
instante
dado, Verónica se giró y su rostro y el
de Mayte quedaron a escasa
distancia el uno del otro. Las fragancias de sus perfumes se mezclaron
y pudieron
percibirlas en profundidad.
Sus
miradas se mantuvieron fijas, ellas,
en silencio, mientras Mayte fue acercando sus labios y los
situó sobre los de
Verónica, besándolos con dulzura durante unos
instantes. Verónica entreabrió
los suyos y la dejó hacer.
De
forma brusca, Mayte se separó de ella,
llevándose las manos a la boca, dibujó sobre su
rostro un gesto de profundo
estupor y sorpresa y unos segundos después,
rompía a llorar desconsoladamente.
Entre hipos, Verónica pudo escuchar que decía:
—¿Dios
mío, que he hecho? —exclamaba en
medio del asombro que la embargaba— ¡Lo siento, lo
siento, lo siento…! —repetía
a medida que movía el rostro de un lado a otro.
Verónica
se levantó de la silla y se
acercó a ella con ademanes pausados. Le quitó las
manos del rostro y la obligó
a mirarla a los ojos. Pudo comprobar como un torrente de
lágrimas recorría la
piel de su rostro.
—No
quiero que llores, cariño —le dijo con
infinita ternura—. No tienes nada de que preocuparte.
—¡Pero…,
Dios mío, te he besado…!
—respondió
terriblemente enfadada consigo misma y sintiendo pánico por
la reacción de su
profesora— ¡Te lo juro…, no me gustan
las mujeres! —y su rostro expresó un
sentimiento de asco al pensar tal posibilidad.
—¡No
quiero que llores!—volvió a repetir
con la misma ternura, tratando de consolarla—
¡Nunca, si es de tristeza, cuando
quieras si es de felicidad!
—¿Qué
estarás pensando de mi…, Dios mío?
Trató
de separarse, pero Verónica cogió su
rostro con las dos manos acariciando sus mejillas, después,
la fue acercando
lentamente hasta alcanzar con sus labios los de ella, y los beso con
ternura
infinita. Tras los primeros segundos de sorpresa, Mayte se
dejó besar para
participar, instantes después, activamente en la caricia.
Sus manos rodearon la
cintura de Verónica y se apretó fuertemente
contra ella. Ambas se sintieron en
el cielo aquí en la tierra.
No
podían determinar cuanto tiempo
transcurrió durante el cariñoso juego, pero les
pareció excesivamente pequeño.
Finalmente, Verónica se separó lentamente de ella
y la miró tiernamente a los
ojos. No pudo reprimirse y volvieron a besarse, con ansias, con deseos,
pero
nuevamente volvió a separarse.
—¡Por
hoy, esto se terminó! —exclamó con
voz potente, tratando de imponer una seriedad que no sentía
y ocultar la emoción
que la embargaba— Lo primero, y ahora, principal y
único, es tu examen de
mañana, y no puedes jugártela tontamente. Tienes
mucho que perder en ello.
Mayte,
sin comprender aún muy bien que les
había ocurrido, la miró sonriente, con un gesto
que expresaba claramente el
cariño y la devoción que sentía por
ella
—¿Para
siempre? —preguntó de forma tímida
pero no exenta de coquetería, aunque no había
sido esa su pretensión.
—Por
hoy, cariño, por hoy —respondió
dulcemente Verónica y sintiendo como unas
lágrimas rebeldes trataban de asomar
en sus ojos, pero fue capaz de ocultar la emoción que
sentía— No quiero que te
preocupes. Tienes y debes dedicarte en cuerpo y alma a preparar el
examen. No
me lo perdonaría nunca si el resultado no fuera el adecuado.
Mayte
dio unos saltitos de alegría.
—¡Será
fabuloso, ya verás, te lo prometo!
—se acercó a ella, volvió a besarla
fugazmente y añadió:
—¿Tendremos
que analizar esto, verdad?
—preguntó tímidamente.
—¡Tendremos,
cariño, tendremos! —respondió
Verónica con rotundidad.
Y
de nuevo se situaron delante del
ordenador como si nada hubiera sucedido, aunque ambas estaban sintiendo
en sus
cuerpos y almas unas intensas vibraciones que las colmaban de
felicidad. ¡Todo
había ocurrido tan rápido…!
Pocos
días después, recibía alborozada el
resultado del examen. Había obtenido la máxima
nota posible y sin pensarlo un
segundo, tomó su teléfono móvil para
comunicárselo a Verónica. Poco
después, se
abrazaban exultantes en el despacho de la profesora en la Facultad.
Ambas
sabían lo reticente que era el profesor de la asignatura en
cuanto a dar buenas
calificaciones, pero supo conquistarlo con sus conocimientos y su
desbordante
alegría. Para celebrarlo, se fueron a comer juntas a un
pequeño restaurante
cercano a la facultad y que prácticamente, era una
continuidad de la misma.
Producía la sensación de estar en la propia sala
de profesores.
No
eran clientes habituales, pero tampoco
la primera vez. Por su mesa pasaron algunos de los
compañeros de Verónica para
saludarlas. Sentían un gran afecto por ella,
además de la alegría que suponía
la visión de las dos hermosas mujeres.
Generalmente,
Mayte vestía atuendos
deportivos, holgados y cómodos entre los que trataba de
ocultar sus atributos,
pero su belleza era atractivo suficiente. Verónica se
arreglaba un poco más,
con ropas elegantes y de excelente corte, produciendo, a veces, la
sensación de
encontrarse en una pasarela de moda.
Fueron
transcurriendo las semanas y la
actividad de ambas era frenética. Mayte, con la proximidad
de final de curso y
de carrera, Verónica con la preparación y
corrección de exámenes y posteriores
evaluaciones, además de estar preparando un amplio dossier
para entregar al
director de las excavaciones que pretendía realizar a lo
largo de un mes y
medio durante el periodo de vacaciones de curso.
Verónica
estaba empeñada en llevar consigo
a Mayte y trataba de convencer al director y al promotor de dichas
excavaciones. Estos, se amparaban en las reducciones presupuestarias y
en la
dificultad de integrar un nuevo componente con el inconveniente de su
inexperiencia. Se le presentaba una dificultad añadida; el
promotor era de
nacionalidad americana y el director, inglés y ambos se
encontraban
habitualmente en sus países de origen.
Sin
embargo, Verónica no cejaba en su
empeño, siempre se crecía ante las dificultades,
en las que se sentía moverse
muy bien gracias a su especial energía, por lo que no dudaba
que su pupila
tendría su bautizo en pleno desierto sirio. Estaba muy
ilusionada con el
proyecto y con poder disfrutar de Mayte a su lado, enseñarle
todo lo que ella
sabía por experiencia y llegar a formar un equipo envidiable
y único. Tan sólo
con evocar su rostro, sonreía con plenitud.
Como
el final del curso ya estaba
relativamente cerca, Verónica no deseaba crear
situación alguna que pudiera
afectar el estado anímico de Mayte y redundara en una baja
efectividad en los
exámenes. Deseaba analizar lo sucedido entre ellas, lo
necesitaba con todas sus
fuerzas, pero sus bien templados nervios no dejaron aflorar sentimiento
de
ningún tipo y estuvo comportándose de la forma
más natural posible.
A
veces, Mayte quería saber, deseaba saber
que extraña conducta les había conducido a
aquella situación.
—No
tienes nada de que preocuparte, cielo
—le solía responder cuando ella intentaba
aclararla—-. En su momento lo
resolveremos todo y espero que a total satisfacción de las
dos.
Mayte
sonreía y se daba por complacida.
Sabía que podía confiar plenamente en
Verónica, al igual que Verónica confiaba
en ella. Le producía la sensación de conocerla de
toda la vida, y su cariño
hacia ella estaba fuera de lo normal, inmenso sin paliativos; algo que
nunca
imaginó y de lo que se sentía plenamente feliz.
Cuando Verónica le comentó la
posibilidad de viajar juntas a Siria para participar en unas
excavaciones
arqueológicas, creyó que se iba a volver loca de
alegría.
Sólo
tenía una pequeña duda que la
inquietaba un poco, pero estaba convencida de que se
resolvería a su
satisfacción. No sabía muy bien como
podría reaccionar Javier, quizá se
disgustara al no poder disfrutar juntos el periodo de vacaciones,
precisamente,
las del final de carrera, pero ella estaba tan decidida a participar en
las
excavaciones junto a Verónica que nada ni nadie iban a
impedírselo.
Las
relaciones con Javier discurrían
perfectamente. Casi podría decir que habían
mejorado al sentirse tan bien con
Verónica. Desde hacía un tiempo, ambos
habían conocido a su pareja, un hombre
encantador, dinámico, alegre, gran conversador y que adoraba
a su esposa. Era
algo para él, muy difícil de ocultar. Javier era
más taimado y menos expresivo,
quizá por su seriedad, aunque su carácter
también era alegre. Habían congeniado
muy bien, tenían la misma edad y muchas aficiones comunes,
el deporte, una de
ellas. Les gustaba jugar al tenis y hacer footing de cuando en cuando
por el
amplio parque central de la ciudad, aunque no con la asiduidad que
hubieran
deseado. En algunas ocasiones habían acudido juntos a
disfrutar de algún
partido de fútbol cuando el equipo visitante se encontraba
en los primeros
puestos de la clasificación o sencillamente, se trataba de
un derby
tradicional..
De
común acuerdo, eligieron un restaurante
de fama reconocida por su buena gastronomía, su exquisita
decoración y la
simpatía de su personal. Disponía de algunos
pequeños reservados que
proporcionaban un agradable y discreto ambiente. Era indispensable
contar con
la reserva previa para poder acceder a sus salones ya que la demanda
era,
generalmente, alta a lo largo de todo el año.
A
las doce y media en punto, Mayte estaba
en el portal de su casa esperando la llegada de su amiga, que
llegó unos
instantes después en su coche.
--¡Estás
preciosa, querida! –sonrió
Verónica mientras Mayte tomó asiento a su lado
retirando el bolso de su amiga
hacia el asiento trasero.
Vestía
un conjunto de chaqueta y falda de
color crema claro y debajo una blusa de seda de color rojo. Realmente,
estaba
muy elegante, al igual que Verónica, aunque ella
vestía pantalones en vez de
falda, que realzaban su esbelta figura.
--Gracias,
cielo. ¡Tú estás como siempre,
radiante!
Y
las dos comenzaron a reírse de si
mismas. Se hubieran besado en los labios y de muy buena gana, pero las
dos
consideraban que tampoco era necesario escandalizar a la gente. Lo
hicieron en
ambas mejillas y se dieron por satisfechas.
Arrancó
el coche, introduciéndose en el
caos circulatorio propio del lugar y de la hora, algo a lo que ya
estaban
habituadas y se lo tomaron con la debida calma. Tenían
tiempo suficiente, y lo
que deseaban era estar juntas y hablar. Y así
ocurrió. A pesar de la escasa
distancia que les separaba del restaurante, tuvieron tiempo para
contarse sus
cosas y en las que no tenía cabida nada desagradable.
Una
vez en el restaurante, liberadas ya de
los problemas de tráfico y de las tensiones que ello
conllevaba, se sintieron
ansiosas de disfrutar de cada instante, de su conversación y
de la comida.
Mayte, al acercarse el camarero, le pidió un vino andaluz,
un fino en su jerga,
mientras que Verónica prefirió tomar un vermouth
con una pizca de vodka.
Cuando
les sirvieron las bebidas, alzaron
sus copas y tras mirarse de forma intensa, probaron sus contenidos. Las
dos
mujeres sentían las sensaciones que les embargaban y
deseaban darles salida.
Poco
rato después, se les acercó el maitre
para tomar nota de sus deseos culinarios. En sus manos portaba dos
carpetas con
los menús del restaurante, pero antes de
entregárselos, les comentó las
variedades que podían degustar y que se encontraban fuera de
la carta por ser
cocina del día. Las sugerencias que les estaban
proporcionando fueron
suficientes como para no tener que pensar, y a medida que las nombraba,
o bien
Mayte o bien Verónica, las iban aceptando. La comida,
básicamente, se componía
de mariscos y pescado y a las dos, les pareció sumamente
sugestivo tomar un
poco de carpaccio de ciervo exquisitamente aderezado. Fue el remate
final,
pensando en degustar un buen vino de reserva de la Rioja.
La
mesa del reservado permitía la
presencia de cuatro comensales. Se sentaron las dos juntas, en la
cabecera de
la mesa y en el asiento de al lado. Los colores de las
paredes producían
sensaciones cálidas y la decoración era
exquisita. Un enorme cuadro ocupaba una
de las paredes, quizá de un autor desconocido, pero muy
agradable a la vista.
Una fragata de siglos pasados luchaba contra las olas de un mar
embravecido.
Por supuesto, que los atractivos del restaurante no se
definían por las obras
de arte que allí pudiera albergar.
Mientras
degustaban sus aperitivos y
esperaban el inicio de la comida, Verónica le
comentó las últimas novedades
sobre las posibles excavaciones en Siria. Tenía la
sensación de que por
cuestiones burocráticas, podrían producirse
demoras e incluso, la posibilidad
de suspensión de las mismas. Sin embargo, ella demostraba
una tranquilidad
absoluta y una seguridad plena de que las negociaciones
llegarían a buen
puerto.
El
rostro de Mayte se iluminaba con las
palabras de su amiga. Su devoción por ella se incrementaba
en los momentos en
que se encontraban juntas y que difícilmente
podía ni quería ocultar.
Continuaron
departiendo sobre este tema,
que a las dos apasionaba extraordinariamente, sobre todo, a Mayte, que
sería su
bautizo como profesional, a lo largo de toda la comida.
Verónica fue
explicándole como se desarrollaba la vida a lo largo del
periodo de
excavaciones. Vida llena de precariedades, de padecimientos, de carecer
de lo
más fundamental, incluso, perder totalmente la intimidad y
tener que compartir
en todo momento cada minuto con el resto de los compañeros.
Mayte
no demostró sensación de frustración
o posible hastío, muy al contrario, su ilusión
parecía desbordarse por todos lo
poros de su piel. Sus ojos demostraban las sensaciones que
estaba
experimentando a medida que escuchaba las palabras de
Verónica.
Y
finalmente, llegó la hora del café. La
hora importante, la hora confidencial, la hora bruja.
—¿Qué
nos ha ocurrido, Verónica? —preguntó
Mayte en un momento dado, aunque tuvo dudas sobre si sería
el oportuno para
tratar el tema y si Verónica estaría dispuesta a
ello. Sus manos, inquietas
jugaban con la servilleta.
Verónica
la miró directamente a los ojos,
quizá como nunca lo había hecho. No le
sorprendió la pregunta de Mayte, ella
misma llevaba muchos días haciéndosela, y siempre
llegaba a la misma conclusión
sin saber a ciencia cierta las consecuencias. Algo había
ocurrido en su ser
ante la presencia de Mayte en su vida. Sabía que la adoraba,
era consciente de
que ya la necesitaría para el resto de su vida y que
sería incapaz de
prescindir de ella. Se preguntó en múltiples
ocasiones si lo que sentía por
Mayte era amor, al igual que lo sentía por su marido. No
sabía que contestarse,
quizá tampoco deseara contestarse, pero si había
algo muy claro dentro de sus
sentimientos; ¡nunca iba a prescindir de su presencia, nunca!
Un
silencio profundo se apoderó del
pequeño entorno, pero los vivarachos ojos de Mayte fueron el
prolegómeno de su
locuacidad.
—Yo
sé lo que me ha ocurrido —continuó,
reforzando sus palabras con su amplia sonrisa en el rostro mientras
alargaba la
mano para rozar la de ella—. ¡Eres una mujer
única, inteligente, atractiva,
preciosa, agradable… qué te quiero!
Y
a continuación una discreta carcajada
iluminó su rostro, y sin vacilación alguna, lo
acerco al de Verónica para
besarla fugaz pero cálidamente.
—¡Por
favor, por favor, por favor… no soy
lesbiana, te lo juro! —agregó balbuceante,
tratando de convencerse a sí misma.
—No
te preocupes, cielo, estos
sentimientos son comunes. Creo que ya no podría vivir sin tu
presencia a mi
lado. Te aseguro que tampoco soy lesbiana
—enmudeció durante unos segundos,
respiró profundamente y continuó—:
puede que contigo sí lo sea, por definición,
pero te prometo que no me gustan las mujeres. Quiero a mi marido, estoy
segura
de estar enamorada de él, quiero tener familia con
él, lo deseo con todas mis
fuerzas, al igual que te deseo a ti. ¡Dios mío, me
estaré volviendo loca!
La
mano de Mayte se posó ahora sobre la
suya y la apretó con fuerza.
—Probablemente
nos estamos volviendo locas
las dos, pero a m¡ no me importa siempre que te tenga a mi
lado. Eso que dices
es cierto. Mis relaciones con Javier son satisfactorias, le quiero y
llegado el
momento, no tendré duda alguna en plantearme tener hijos.
Pero tú, eres
diferente, creo que mi locura por ti se basa en otras circunstancias,
igualmente bellas y a las que no estoy dispuesta a renunciar.
Abandonaron
el restaurante satisfechas,
tanto por la exquisita comida por la agradable y deseada
conversación. Verónica
le propuso pasar el resto de la tarde en su casa para terminar de
aclarar todas
las situaciones en las que se encontraban inmersas. Su marido estaba
fuera, por
lo que no tenían posibilidad alguna de ser molestadas,
aunque con su presencia,
tampoco hubiera ocurrido. Su sala de trabajo era sagrada dentro de la
convivencia
en común.
Ya
comenzaba la estación veraniega y los
calores propios de ella, comenzaban a dejarse notar.
Verónica propuso encender
el aire acondicionado, pero Mayte le rogó que no lo hiciera.
No le gustaba a
menos que las temperaturas fueran excesivas, y no era el caso.
—Si
tienes una bata ligera, me cambio y
será suficiente. Así estaré
más cómoda —le dijo Mayte.
—Claro,
cielo. Ven y elige la que más te
guste.
Se
dirigieron hacia la habitación.
Verónica abrió las puertas de un enorme armario
empotrado a la entrada del
dormitorio y extendió su mano para indicarle que eligiera.
Mayte
cogió una de color negro salpicada
de múltiples estrellitas. Al tacto comprobó la
sedosidad de la misma. Se quitó
la chaqueta de su precioso traje y comenzó a desabrocharse
los botones de su
inmaculada blusa de seda. Poco después, la dejó
caer sobre la amplia cama del
dormitorio. La parte superior de su cuerpo quedó al desnudo,
mostrando unos
perfectos y tersos pechos.
Casi
al unísono, Verónica hizo lo mismo,
tan sólo que los suyos, estaban guarnecidos por un precioso
sujetador de color
rojo, transparente y del que aparentemente, deseaban liberarse.
Estaban
las dos frente a frente, mujer
contra mujer, en igualdad de condiciones, con igualdad de deseos. Sus
ojos se
miraron fijamente primero, después, recorrieron la parte
visibles de sus
cuerpos mientras unas sonrisas que difícilmente ocultaba la
pasión que sentían
se apoderaron de sus rostros. Las manos de Verónica se
acercaron hacia la falda
de Mayte y con un ligero movimiento, logró que
ésta se fuera deslizando por su
contorno hasta quedar tendida en el suelo.
Se
alejó lentamente de ella para
contemplar su escultural cuerpo, tan sólo oculto en el bello
pubico por un
ligero tanga de color rojo intenso. El perfecto cuerpo de Mayte la
dejó
alucinada. Su esbeltez, el contorno de sus caderas, la
perfección de sus
ingles, la sensualidad de su pubis, y sus increíbles pechos
le hizo creer que
se encontraba inmersa en un sueño irreal.
Mayte
se acercó a ella con avidez. La
rodeó con sus brazos por la cintura y la besó,
primero, con ternura, después,
con pasión inusitada. Sus manos fueron desabrochando los
botones de los
pantalones de Verónica, y al tratar de separarlos de su
cintura, ambas se
cayeron sobre la cama entre jadeos y risas. Pasó sus manos
por la espalda de
Verónica y desabrochó su sujetador para liberarla
de él. Sus pechos se
mostraron con todo su esplendor. Unos pechos grandes, turgentes, con
unos
preciosos y enervados pezones que Mayte no dudó en besar y
recrearse en ellos.
Jugaron
con sus cuerpos, entre jadeos,
palabras de cariño, enervándose y sintiendo como
afloraban sensaciones ocultas
hasta entonces. Fueron descubriendo cada rincón de sus
cuerpos memorizando
todas las sensaciones sentidas en cada uno de ellos. Sus sexos quedaron
al
descubierto, se sintieron, se desearon y fueron uno en una
explosión de placer
única e irrepetible. Descubrieron que nadie ni nada
podría separarlas.
Todo
fue distinto después, todo fue
diferente, pero para ellas dos, solamente para ellas dos. Para el resto
del
mundo, nada había cambiado, ni para sus parejas, por las que
seguían sintiendo
el mismo cariño.
Desmadejadas
sobre la amplia cama, pero
estrechamente unidas, sus miradas se perdían en el techo y
sus rostros
dibujaban unas dulces sonrisas. Transcurrió un tiempo que no
pudieron definir,
pero que supusieron largo, ya que a través del amplio
ventanal de la habitación
podían comprobar como el embrujo de la noche se iba
apoderando del entorno. Se
sentían felices y sus manos inquietas fueron
buscándose en los lugares donde su
sensibilidad se sublimaba. Se sintieron incapaces de detenerse hasta la
deflagración final, donde sus sentidos volvieron a explotar
en una orgía de
placer inenarrable.
Jadeantes
todavía, Verónica le preguntó:
—¿Esto
es amor, Mayte?
—Esto
es amor, Verónica.
—¿Y
nuestras parejas?
—Seguirán
siéndolo mientras ellos quieran.
Yo no pienso renunciar a la mía
—Yo
tampoco quiero renunciar a la mía.
¡Pero mucho menos, renunciar a ti!
Mayte
se río complacida.
—Eso
no ocurrirá nunca. ¡Te lo juro,
cariño!
Y
selló ese pacto con un prolongado beso,
donde sus cuerpos volvieron a estremecerse de deseo.
—¿Crees
que debemos decirles lo que nos ha
ocurrido?
—Sí,
y no —respondió Verónica con rapidez.
—No
entiendo.
—Espero
conseguir que la expedición a
Siria cuente con tu presencia. Esto puede ser una buena oportunidad
para
plantearles nuestra situación, aunque no con toda la
realidad de la misma. Ya
pensaré algo, no te preocupes.
Cuando
se despidieron, ambas creían estar
flotando en un mundo de ensueño.
A
lo largo de los días siguientes, Mayte
se dedicó a solucionar todo el papeleo
burocrático que la autentificaba como
licenciada en Arqueología y su derecho a ejercer la
profesión como estimara
conveniente. Verónica le asesoró sobre los pasos
a seguir y los documentos que
debería obtener. Apenas tuvieron tiempo para estar juntas.
Unas
semanas más tarde decidieron que
tenían que hablar con sus parejas y dejan bien claro cual
era la situación de
ambas. No deseaban que algún rumor pudiera provocar
sentimientos encontrados e
interpretaciones no deseables. Preferían ser ellas las que
aclarasen todas las
preguntas que a ciencia cierta iban a producirse. También
prefirieron hacerles
esta comunicación las dos juntas, sin tapujos, sin
ambigüedades, la realidad
tal cual la sentían.
Esta
situación las mantuvo en un estado de
tensión durante bastantes días. Tenían
muchas dudas sobre las reacciones de sus
parejas. Sabían que iban a explotar con furia, con ira y
quizá se platearan
posibilidades de ruptura, algo que no deseaban en absoluto, pero que
estaban
dispuestas a aceptar, si las circunstancias les conducían a
ello.
Ante
toda esta problemática, Mayte quiso
saber cual era la situación económica de su amiga
y como sería en el caso de
producirse una ruptura no amistosa. Ella no tenía el mismo
problema. El piso
donde vivía con Javier era de su propiedad, y ambos,
tenían el control de sus
propias economías. Tan sólo una cuenta bancaria a
nombre de los dos que
utilizaban para cubrir los gastos comunes e imprescindibles en su
convivencia
diaria. Disponía de una pequeña fortuna familiar
a la que Javier no tenía
acceso ninguno y que manejaban sus padres y ella.
Sentía
flotar mariposas en su estómago
ante la idea de hablar con Verónica de estos asuntos, pero
creía que estaba
obligada a hacerlo. No le hubiera gustado conducirla a una
situación
comprometida, aunque estaba dispuesta a compartir todo lo que le
pertenecía con
ella.
Cuando
planteó estas dudas y le aclaró su
situación, Verónica sonrió complacida.
—¡Vaya,
una pequeña fortunita! —le dijo
jocosa y divertida— ¿Quiere decir eso que
podrías cuidar de mi y para el resto
de mi vida?
—¡Por
supuesto! —se acaloró Mayte—
¿Acaso
lo dudas?
—No,
cariño, por supuesto que no —le
aclaró en un tono afable, mientras su mano jugaba
distraídamente con las llaves
del coche—. Te cuento.
Y
comenzó a relatarle la corta historia de
su vida. Sus padres, español él y alemana ella,
vivían en Berlín cuando ella
nació. A muy corta edad, sus padres se separaron. Nunca supo
el motivo ni
tampoco volvió a ver a su madre. El hermetismo de su padre
en esta cuestión
siempre fue total.
Regresaron
a España y cambió los apellidos
de su hija. Su padre, al que quería con locura, era un ser
muy extraño y quizá
con experiencias muy negativas en sus años
jóvenes. Le arruinaron una vez por
su excesiva confianza y juró que nunca volvería a
ocurrirle lo mismo. No trató
de vengarse en forma alguna, tan sólo desapareció
con su hija y nunca quiso
saber nada de aquellas gentes.
Su
mente era capaz de realizar
extrañísimos entramados financieros, y sus
negocios siempre los mantenía ajenos
unos de otros, incluso, el mismo parecía no tener nada que
ver con ellos. Sus
cuentas bancarias en España y Francia realizaban operaciones
en las que,
finalmente, el capital era trasladado a Suiza. Pero, todavía
no satisfecho con
esas precauciones, las cuentas no eran nominales, las manejaba por
medio de
claves teniendo como destino final, unos bancos situados en Belice, que
operaban de la misma forma y que el propietario de dicha cuenta, era
una
determinada contraseña que podía ir variando a su
criterio. Su dinero lo tenía
a buen recaudo en este paraíso fiscal, en el que tan
sólo cobraban pequeñas
cantidades por operación.
—Mi
padre me enseñó como manejar todo ese
entramado y todo nuestro dinero, se encuentra a buen recaudo y fuera
del
alcance de cualquier administración, ente
jurídico o persona —miró a Mayte con
un gesto risueño en su rostro, gesto que producía
unas maravillosas sensaciones
en Mayte y la miraba arrobada—. Como puedes observar, nuestra
pequeña fortunita
también está a salvo.
—Bueno,
pero supongo que con tu marido
tendrás bienes en común.
—Supones
mal, cariño. El piso donde
vivimos es de su propiedad, heredado de su familia. En alguna
ocasión le
propuse comprar otro en común para utilizarla como nuestra
vivienda habitual, a
nuestra medida, con nuestros deseos, pero siempre alegaba que los
negocios
requerían disponer de efectivo constantemente.
Mayte
comenzó a sentirse más tranquila. Su
miedo no era la cuestión económica, sino como
podía llegar a sentirse Verónica
al verse despojada de todo el patrimonio en común.
—Mejor
que mejor. Así, en caso de ruptura
te evitarías problemas nada agradables.
—Bueno,
yo participo en su empresa como accionista
en un determinado porcentaje, pero es un bien propio, no
podría hacer nada para
despojarme de él, por las malas claro. Además
—continuó comentando—, es mucho
suponer que esto puede ocurrir. Pero en cualquier caso, el aspecto
económico no
me causaría preocupación alguna, y veo que a ti
tampoco, lo cual, es algo de lo
que podemos olvidarnos y preocuparnos tan sólo de lo
emocional…, y del
fascinante trabajo que no espera en Siria.
A
medida que se acercaba la fecha que
había previsto para hacer partícipes a sus
parejas, el estado emocional en el
que se encontraban inmersas, de nervios y tensión se
acrecentaban y temían que
la situación no se resolviera tal como ellas deseaban, pero
estaban dispuestas
a asumir cualquier riesgo que se les pudiera plantear.
Se
reunieron en el piso de Verónica para
cenar. Había encargado una cena fría pero repleta
de exquisitos manjares. La
velada fue transcurriendo con tensa normalidad para ellas. Javier y
Ernesto
estaban disfrutando mucho de la cena, ajenos a los que sus respectivas
parejas
iban a comunicarles. Una amena conversación los
mantenía distraídos.
Cuando
Ernesto se ofreció para servirles
unas copas de champagne, tanto Verónica como Mayte se
opusieron con suma
delicadeza. Les producía la sensación de brindar
por algún motivo, y
precisamente, no era nada halagüeño.
Verónica
le pidió a su amiga que la
acompañara a la cocina, a la vez que retiraban algunos
cubiertos de la mesa.
Una vez allí, se abrazaron con fuerza mientras que unas
lágrimas revoltosas
trataban de asomar a sus ojos.
—¿Estaremos
haciendo lo correcto? —le
susurró Mayte al oído.
La
miró a los ojos, esos profundos ojos en
los que deseaba perderse eternamente. Después, con
delicadeza, posó sus labios
sobre los de ella, para fundirse después en un largo y
apasionado beso.
—¡Sea
correcto o no, lo haremos!
—respondió al separar sus labios de los de
Mayte— ¡Y ahora mismo! —la
miró
dubitativa al ver su expresión— ¿No
estarás pensando en volverte atrás? Si es
así, estás en tu perfecto derecho.
—¡Nunca!,
y lo sabes bien. ¡Nunca podría
renunciar a ti! Si tengo que renunciar a Javier, lo haré,
con dolor, con pena,
con inmensa tristeza, pero lo haré. ¡No lo dudes
nunca, por favor!
—Por
supuesto que no, cariño —le dijo
Verónica con infinita ternura. Volvieron a
besarse— ¡Vamos, la guerra va a
iniciarse, no la hagamos esperar! —trató de
rebajar la tensión del momento.
Y
entraron las dos en el comedor cogidas
de la mano, muy juntas. Ellos, que estaban sentados en el amplio
tresillo del
comedor, las miraron complacidos, conocedores de poseer cada uno, una
mujer
impresionante, bellas las dos, hermosas, angelicales y muy
inteligentes. Sus
figuras eran fascinantes. Una al lado de la otra parecían
dos diosas bajadas
del Olimpo para recrear a los mortales.
Al
principio no percibieron la seriedad de
sus gestos, pero instantes después comenzó a
surgir la curiosidad en sus
mentes. No tenían idea de las intenciones ni pretensiones,
si estas existían,
pero consideraron que estaban tratando de escenificar algo y un sexto
sentido
les previno sobre ese algo y que quizá no tuviera el
sentimiento agradable que
esperaban.
—Tenemos
dos cuestiones que plantearos
—comenzó hablando Verónica, a la vez
que apretaba con fuerza la mano de Mayte,
sintiendo como una extraña congoja se estaba apoderando de
su alma—, y deseamos
que nos prestéis la atención debida para que no
se produzcan extrañas
interpretaciones.
Javier
y Ernesto se miraron con un gesto
de extrañeza en sus rostros y con seriedad. Ernesto nunca
tomó en broma a su
mujer y pensaba que a Javier le ocurría lo mismo. No eran
dos personas vulgares
o volubles o incluso estúpidas, socialmente hablando y
según lo que ellos
interpretaban. Javier trató de romper esa tensión
del momento con una vulgar
tontería, al menos, fue lo que pensó cuando dijo:
—La
primera… —respiró con fuerza tratando
de aparentar una jocosidad que realmente no
sentía—, ¡nos abandonan!
—terminó
exclamando divertido mirando a su anfitrión, pero al
comprobar que el gesto de
las dos vestales se mantenía impoluto, truncó su
acción con un silencio
aplastante.
—Tenemos
ya alguna idea del aspecto
económico sobre el costo de las excavaciones previstas para
este año por
algunos presupuestos que ya se nos han presentado
—comenzó diciendo Verónica
haciendo caso omiso de la impertinencia de Javier. Trató de
imprimir seriedad a
sus palabras y la que expresaba su rostro no le restaba belleza alguna.
Mayte
la miraba dulcemente—. En principio, estaban programadas para
realizarlas en el
desierto Sirio.
Javier
pensó que esta preciosidad de
mujer, no había encontrado todavía la
razón de su existencia, sintiéndose
satisfecho de la sensatez de su pareja, una mujer que, a pesar de
estudiar una
carrera que no conducía a ningún lugar,
tenía sus pies bien asentados sobre la
tierra. A pesar de todo, no dudó en preguntar con cierta
ironía.
—¿Teníais…?
—Cariño
—respondió Mayte con celeridad—,
Verónica ha conseguido hacerme partícipe en las
excavaciones que piensan
realizar este año. ¿Te puedes imaginar lo que
significa para mí?
Javier
no supo que decir. Volvió
nuevamente a enmudecer.
—¿Me
permitís qué continúe?
—irrumpió
Verónica con voz fuerte y seca— Las excavaciones
se realizarán en Irak, en una
zona privilegiada para cualquier investigador y que el año
pasado tuvimos que
abandonar por su excesiva peligrosidad —Mayte giró
su cabeza hacia ella
expresando su sorpresa con contundencia y se abrazó a
Verónica
interrumpiéndola.
—¡Dios
mío, Irak! —exclamó
entusiasmada—
¿Eso es el cielo en la tierra!
—¡Estás
loca! —estalló Ernesto muy
contrariado— Irak es un país en guerra,
todavía. Las mayores atrocidades del
universo se están cometiendo allí en nombre de no
se sabe quién. ¿Cómo
pretendes pasarte un mes y medio en ese infierno?
¿No recuerdas la
experiencia del año pasado? Indudablemente, es una locura
que no estoy
dispuesto a consentir.
La
tensión se iba recrudeciendo, los
ánimos comenzaban a alterarse, sobre todo, en los dos
varones que se estaban
llevando una sorpresa mayúscula.
—¡Cariño,
cielo! —le dijo Verónica con una
voz terriblemente dulce, que estremeció a su marido cuando
la escuchó— ¿Y quién
eres tú para tener que consentirme algo que yo ya he
decidido? Puedo permitirte
que expreses tu opinión, pero de ahí a que
necesite tu consentimiento, media un
abismo.
Estuvieron
discutiendo durante un buen
rato, aunque la mayor parte de las frases procedían de las
gargantas de los
varones. ¿Estáis locas! ¡Es una
irresponsabilidad! ¡Es una locura! ¡No
sabéis
lo que hacéis! ¡Sois unas niñatas por
tratar de cometer esa locura! ¡Vuestra
ineptitud colma nuestra paciencia!...
—¿Cómo
creéis que vamos a sentirnos
durante ese periodo de tiempo en Irak? —estallaron casi al
unísono.
Verónica
y Mayte aguantaron estoicamente
la serie de improperios que fueron recibiendo, de pie, cogidas de la
mano y muy
juntas. Sus rostros denotaban la tristeza que les estaban produciendo
las
incongruentes palabras de sus parejas. Nunca llegaron a pensar que
podrían
comportarse de una forma tan burda. Y esto las preocupaba porque la
segunda
cuestión todavía no había sido
planteada.
—¡Es
una decisión irrevocable, podéis
haceros a la idea! —comentó Mayte, con una
tranquilidad que a ella misma
sorprendió— No vamos a renunciar a esta
magnífica oportunidad,
fundamentalmente, para mí.
—Le
segunda cuestión —comenzó a decir
Verónica—, la segunda cuestión se
refiere a nosotras dos.
Tanto
Javier como Ernesto las miraron con
gestos descompuestos. Sentían un profundo enfado y la ira
afloraba en sus
miradas.
Verónica
trató de explicarles como se
habían conocido en la facultad, cuando todavía no
era profesora de Mayte y que
su relación entonces era más bien escasa. Cuando
comenzó a impartirle clases,
se fueron conociendo más y muy pronto se
estableció una buena sintonía entre
las dos. Verónica pensaba en ella como la hermana menor que
nunca había tenido
y un sentimiento de gran simpatía se apoderó de
las dos. A medida que
transcurría el tiempo, se veían con
más frecuencia, deseaban pasar el mayor
tiempo posible juntas. Su comunicación era perfecta y
además, como profesora le
estaba prestando un buen servicio, haciéndola
partícipe de su experiencia.
Tanto una como la otra, eran dos personas ávidas de
conocimientos, grandes
conversadoras, intuitivas y poseedoras de una excepcional delicadeza.
—¡Sólo
falta que nos digas que os amáis
tiernamente! —estalló con crueldad Ernesto,
mostrando un gesto de repugnancia.
Las
dos mujeres se miraron.
—¡Pues
sí…! —respondieron al
unísono y con
firmeza total.
—¿Cómo…?
—exclamó Javier con sorpresa—
¿Estáis diciendo que os amáis?
¿Amor entre dos mujeres?
—¡Están
locas! —no pudo reprimirse
nuevamente, Ernesto.
Las
dos mujeres trataron de explicarles
una realidad tangible, algo que no habían buscado, que se
había producido
lentamente y que ellas mismas se sorprendieron al caer en la cuenta de
sus
sentimientos. También trataron de hacerles comprender que
tal circunstancia no
tenía por que alterar sus formas de vida, ya que por ellos
también sentían el
mismo afecto, pero necesitaban dejar claro cual era la nueva
situación antes de
que ellos mismos o través de otras personas pudieran intuir
otra verdad
diferente.
—¿Cuándo
tienes pensado partir hacia Irak?
—preguntó Ernesto, aparentemente calmado.
—Dentro
de diez días —respondió
Verónica,
sin matiz alguno en sus palabras.
—¡Es
el tiempo que dispones para abandonar
esta casa! —le dijo Ernesto—. Ahora, si me
disculpáis, me voy a un hotel.
Mañana por la mañana pasaré a recoger
algo de ropa. Espero que tengas la
delicadeza de no estar presente.
Verónica
le miró directamente a los ojos,
comprobando que de ellos emanaba un odio difícil de ocultar.
—No
te preocupes. No necesito diez días.
Mañana por la tarde ya no estaré aquí,
y podrás regresar. Antes de irme a Irak,
pasaré a recoger mis pertenencias. Te avisaré con
tiempo.
—¡Te
vienes a mi casa ahora mismo! —le
dijo Mayte, casi sin darle tiempo a terminar de hablar.
—Sí,
por supuesto —exclamó Javier
malhumorado y despectivo—, podéis hacer uso de
vuestro nidito de amor. ¡Yo
también me voy. No resistiría un minuto
más a tu lado!
Cuando
llegaron al campamento en Irak,
apenas pensaban en el comportamiento de sus respectivas parejas. Se
encontraban
inmersas en la vorágine previa al inicio de las excavaciones
y deseosas de
iniciarlas cuanto antes.
Verónica
había comentado la nueva
situación con su padre y la separación,
probablemente definitiva con su marido.
La alentó y le dijo que no se preocupara de nada.
Él se ocuparía de resolver
todos sus asuntos. Verónica sabía muy bien la
eficacia con que su padre solía
resolver los problemas.
Vivieron
días inolvidables a pesar de la
dureza del trabajo y de la gran cantidad de horas que le dedicaban. Por
las
noches terminaban rendidas y caían dormidas nada
más entrar en la tienda de
campaña que compartían, pero antes de salir el
sol, ya se encontraban
dispuestas a reanudar los trabajos.
Formaban
un grupo de unas cincuenta
personas, entre arqueólogos, algunos estudiantes en
prácticas, un pequeño grupo
de logística y el personal autóctono que
colaboraba en los trabajos más pesados
de excavación.
La
información previa que disponían, era
muy acertada, ya que en escasos días comenzaron a encontrar
restos de
edificaciones que el año anterior habían tenido
que abandonar nada más
iniciarlas. La tarea de identificación y
clasificación de los diversos objetos
que iban encontrando era apasionante y las dos mujeres se
sentían inmensamente
felices por el desarrollo de la expedición.
Uno
de los aparatos de mediciones se cayó
en una pequeña grieta como consecuencia del corrimiento de
arena en una de las
zonas en las que habían alcanzado más
profundidad. Era un aparato necesario
para continuar los trabajos y requería una
pequeña reparación. Decidieron
viajar hasta Damasco, donde Verónica sabía que
podía encontrar la solución. Lo
hicieron las dos mujeres, acompañadas por dos sirios que
conocían muy bien la
región y eran expertos en burlar las vigilancias aduaneras,
ya que viajando de
forma legal, tardarían mucho tiempo y quizá no
les permitieran regresar con el
equipo.
Una
vez allí, los dos sirios regresaron al
campamento y volverían a recogerlas cuando fueran avisados.
Mientras tanto,
Verónica y Mayte se dedicaron a visitar la ciudad, tratando
de pasar totalmente
desapercibidas, cuestión que no les resulto nada
difícil por la forma de vestir
de las mujeres allí. Se acomodaron en un pequeño
hotel al que no solían acudir
extranjeros.
Cuando
recibieron el aviso de que el
equipo ya estaba completamente reparado, trataron de ponerse en
contacto con el
campamento para que pasaran a recogerlas. Antes de conseguirlo, se
presentó en
el hotel un hombre preguntando por ellas. Resultó ser un
policía sirio vestido
de paisano. Había sido enviado por el padre de
Verónica para llevarles la
noticia de que el campamento había sufrido un terrible
atentado y habían terminado
con la vida de toda la expedición. Incluso se daba el nombre
de ellas como
víctimas de las terribles explosiones producidas por coches
bombas y rematados
a punta de pistola toda persona que hubiera sobrevivido.
En
agradecimiento por los muchos favores
recibidos por parte de su padre, en un par de días les
entregaría unos nuevos
pasaportes enviados directamente desde España, con los
cuales, podrían
abandonar el país sin problema alguno y volar directamente a
Chile. Su padre se
pondría en contacto con ellas en el momento oportuno.
Sintieron
como el mundo se abría a sus
pies. Lloraron desconsoladamente por la estúpida muerte de
sus compañeros y
sintieron deseos de volver a Irak, pero finalmente, comprendieron que
sería una
temeridad y que su padre tendría razones suficientes para
actuar como lo estaba
haciendo. Pudieron comprobar a través de las pocas
imágenes que la televisión
oficial había emitido sobre el suceso, que el atentado
había sido terrorífico y
no habían respetado ni las magníficas ruinas que
estaban tratando de dejar al
descubierto.
También
imaginaron que sus ex parejas se
habrían enterado del acontecimiento y
momentáneamente, no supieron que actitud
tomar, por lo que decidieron obedecer las instrucciones recibidas.
Dos
días después, se presentó de nuevo el
policía con toda la documentación prometida y una
carpeta que incluía todas las
recomendaciones que su padre les indicaba a seguir. Mayte no
podía disimular la
sorpresa que le producía la inverosímil rapidez
con la que le habían cambiado
su identidad, y que, aparentemente, gozaba de toda la legalidad
vigente. Sin
embargo, Verónica se comportó de una forma muy
normal, parecía habituada a
estas circunstancias.
Partieron
del aeropuerto de Damasco hacia
Nicosia, en Chipre y desde allí, enlazaron con un vuelo
directo hacia París,
donde les estaba esperando su padre. Verónica
volvió a sentirse feliz entre sus
brazos. Pasaron unos días en la capital y las dos mujeres
sintieron como sus
ánimos y esperanzas volvían a renacer y los
miedos pasados empezaban a
desaparecer. Si todavía no se hubieran encontrado bajo los
efectos de la
terrible convulsión que les produjo el atentado, hubieran
pensado que se
encontraban en el paraíso.
El
padre de Verónica les puso al corriente
de las actividades de sus ex parejas. Concretamente, Ernesto
parecía haber
perdido el norte y tenía como única
fijación, destrozar la vida de su esposa.
Trató de descalificarla ante la facultad donde
impartía clases, acusándola,
incluso, de actividades de expoliación de obras de arte en
países extranjeros y
no dudó en acudir a la policía para denunciarla
como traficante de objetos de
arte y otras extrañas actividades en países
extranjeros. También la denunció
por manipulaciones contables en la empresa de ambos, que se encontraba
desde
hacía un tiempo en una situación muy precaria
debido a su mala gestión. Javier
también se encontraba desquiciado, aunque no
tenía posibilidad alguna de actuar
contra su ex pareja, ya que no había atadura legal alguna.
Trató de desposeerla
de su vivienda, pero pronto comprendió lo absurdo de sus
pretensiones.
Ante
la duda de que pudieran tomar algún
tipo de represalia física sobre las dos mujeres, el padre de
Verónica optó por
dejar que se las consideraran víctimas del terrible atentado
y crearles una
nueva vida, algo a lo que él, estaba muy habituado. Con
dinero y sus
relaciones, todo fueron facilidades, y hoy, Mayte y Verónica
son dos ciudadanas
chilenas, licenciadas en arqueología en una universidad de
California y que en
el próximo curso iniciarían su actividad como
profesoras en la universidad de
Chile.
Una
tarde, sentadas las dos en la amplia
terraza de un chalet en las afueras de Chile, brindaban alegremente con
sendas
copas de champagne entre sus manos. Se miraban a los ojos, incapaces de
disimular su felicidad, algo que no creyeron posible después
de las terribles
vivencias sufridas a lo largo de muchos meses. En la universidad las
consideraban como excelentes profesoras a pesar de su juventud y ya
tenían
previsto realizar excavaciones dirigidas por la cátedra a la
que pertenecían y
en alguno de los lugares exóticos que encerraba en mundo
andino.
—¡Verónica,
te quiero! —exclamó Mayte con
gran alegría en su rostro elevando su copa a la altura de
sus ojos.
—¡Gracias,
mi vida, yo también te
quiero y sabes que te querré siempre!
—respondió Verónica,
alzándose del sillón
para acercar sus labios a los de Mayte y sellar su amor en un
prolongado beso.
oooOOOooo
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